Como la de muchos otros, la previa dakariana de Marcelo, Víctor y Rubén comenzó la noche anterior con un asado que incluyó bebida y desvelo hasta la hora del paso del Dakar. El primero de ellos puso su casa en La Junta, cerca de Choromoro, por cuyo frente pasarían desde temprano las motos y los cuatriciclos.
Pero el primero en aparecer no fue Marc Coma sino Etienne Lavigne, máxima autoridad de la competencia, que para colmo no llegó en moto sino en helicóptero. El carácter obsesivo del francés lo lleva a sobrevolar las zonas de competencia para fiscalizar personalmente que todo esté en orden antes del paso de los pilotos. En esa tarea de inspección estaba ayer temprano cuando decidió aterrizar en un pequeño terreno labrado, adjunto a la casa donde esperaban los tres amigos.
Desinhibidos por una noche de copas, y amparados por el hecho de no tener la más pálida idea de quién era el piloto, se acercaron a curiosear, pidieron sacarse fotos y hasta se animaron a subir a la nave. Pero luego de que un asistente les pidiera que se apartaran, Víctor le recordó que estaban parando en terreno ajeno. “Vieja, si no te gusta, alzá vuelo y andate al p...”, recriminó, ante la mirada de un atónito Lavigne, que no conoce de tucumano básico, pero más que suficiente de español. Tras el paso de algunos pilotos, el helicóptero se elevó y desapareció rápidamente.
Marcelo, dueño del terreno, se encogió de hombros. “No me molestó que haya aterrizado sobre mi chacra. Pensé que se trataba de gente que filmaba la carrera”, señaló el muchacho, con una tranquilidad que desesperó al irascible Víctor. “Vos titulá: el dueño del Dakar usurpó la chacra de un tucumano”, le pidió al periodista. “Yo soy representante de mi amigo y no quiero que ese tipo se estacione más acá. Quién se cree que es...”, fustigó. Anoticiado de que se trataba del cerebro de la carrera, concluyó: “bueno, él tendrá el Dakar, pero yo tengo una imprenta. ¿Y cuál es? ¡Que pida permiso!”.